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domingo, 9 de junio de 2013

¿Qué comieron los ingleses cuando nos invadieron en 1806?



Primera parte.
 Por Jorge Surraco Ba

Denis Pack, jefe del Reg 71, integrante de las fuerzas invasoras
Puede parecer trivial que nos ocupemos de cómo se alimentaron los invasores, cuando la invasión en sí misma produjo importantes alteraciones en la política de las colonias americanas, pero este tema está profusamente tratado por los especialistas y, por nuestra parte, tenemos la tendencia de mirar los hechos del pasado por el lado de la cotidianidad y en este caso por el muy humano y necesario del comer. Además, detenernos en este aspecto, nos permite analizar como fueron tratados los ingleses; quienes los recibieron bien y quienes de entrada pensaban como sacárselos de encima. Porque no nos engañemos, anglófilos los hubo y muy contentos estaban con dejar de ser virreinato español para convertirse en colonia inglesa. Algunos de los que se inclinaban por esta idea lo hacían por intereses económicos, especialmente los comerciantes ligados al contrabando; otros por estrategia pensando que uniéndose a Inglaterra podrían liberarse del rey español y otros por simple cipayismo. Nada nuevo bajo el sol.


  Para tratar este tema de las comidas nos basaremos en el libro “Buenos Aires y el Interior” de Alexander Gillespie, oficial inglés que participó de esa invasión y se tomó el trabajo de escribir sus impresiones sobre el país. Si bien el autor, como es lógico, expresa los intereses de su corona y su visión de hombre “civilizado” respecto a un remoto país “salvaje”, no deja de brindarnos jugosa información sobre aspectos de la vida cotidiana de entonces. En esta oportunidad vamos a referirnos a su estada en Buenos Aires, dejando para otra oportunidad su relato sobre el interior, donde son internados los invasores luego de ser derrotados en la Reconquista de Buenos Aires.

  
Recorrido de la flota invasora antes de desembarcar.
            Luego de dar una vuelta por el Río de la Plata frente a la ciudad de Buenos Aires, la flota imperial se detiene frente a la costa de Quilmes el 25 de junio de 1806 y comienza el desembarco. La resistencia ofrecida por las fuerzas locales no fue decidida ni efectiva, por lo que debieron replegarse  sobre la ciudad, situación que permitió el avance de los invasores. No vamos a detenernos sobre los detalles militares, por lo demás muy conocidos y que no son nuestro objeto, sólo deseábamos contextualizar el tema que vamos a tratar.                                                                                                                                                                                                       El día 27 se intima la capitulación a la ciudad cuyas las autoridades aceptan primero de palabra y de inmediato. Ya sabemos que Sobremonte se había tomado la diligencia. No obstante notamos que las fuerzas invasoras tardaron dos días para recorrer una distancia no muy grande (algo más de 20 Km.) con una tropa que apenas superaba los 1600 hombres. Claro que había llovido y los caminos eran bastante pantanosos. El 26 a la tarde estaban a 4 Km. de la ciudad y había dejado de llover. La tarde era hermosa y contemplábamos desde nuestra posición las altas torres de Buenos Aires…”   nos relata Gillespie. Pero al otro día volvió a llover y el hambre ya preocupaba bastante a la tropa. 

Insignia del 71 tomada luego de la Reconquista.
         “Entrábamos en la capital por la tarde en espaciada formación de columna, para presentar una vista imponente de nuestra pequeña banda, en medio de un aguacero y por una subida muy resbalosa. Los balcones de las casas estaban alineados con el bello sexo, que daba la bienvenida con sonrisas y no parecía de ninguna manera disgustada con el cambio.”   Ya tenemos los primeros partidarios de los invasores; las chicas en edad de merecer. En descargo tenemos que decir que en esos años había mayor número de mujeres que de hombres en Buenos Aires y unos rubios de ojos azules no venían mal, aunque para la religión dominante en las colonias, los ingleses fueran herejes. A pesar de esto hubo varios casamientos “mixtos”, algunos resueltos de manera algo graciosa.

            Pero veamos como fue la primera comida de los invasores: “Después de… examinar varias partes de la ciudad, los más de nosotros fuimos compelidos a ir en busca de algún refrigerio… Nos guiaron a la fonda de los Tres Reyes, en la calle del mismo nombre…”  En realidad la calle se llamaba “Santo Cristo” que es la actual “25 de Mayo”.  Sigue Alexander: “…Una comida de tocino y huevos fue todo lo que pudieron dar, pues cada familia consume  sus compras de la mañana en la misma tarde, y los mercados cierran temprano…”  Luego advierte que a la misma mesa se sentaron oficiales españoles con los que horas antes habían combatido y que ahora compartían el mismo y menguado menú. Y en este punto se produce un interesante episodio sobre el que vale la pena detenerse.

Pulpería. Litografía de Bacle.
            El dueño de la fonda era un señor Juan Bonfiglio que resultó muy venerado, agradecido y recomendado por los invasores porque, según Gillespie, “…Ese posadero resultó bondadoso amigo de nuestra nación, proporcionando asilo gratuito a muchos prisioneros comerciantes caídos en manos del enemigo después de la reconquista, que fueron olvidados y abandonados. Los vistió y alimentó, y no faltaron ofrecimientos de dinero en sus infortunios…”  Los ingleses fueron tan agradecidos que luego de ser derrotados y ya en trance de tener que partir para el interior, hicieron una cena de despedida en la fonda de Bonfiglio y le dejaron a este una conceptuosa carta de recomendación para otros ingleses. No sabemos si esto fue un capote de plomo para el fondero antes las autoridades españolas y si su accionar fue motivado por un sentimiento pro británico o simple humanidad. Pero lo destacable, es lo ocurrido en aquella primera cena de ingleses y españoles sentados a la misma mesa de la fonda.

            En principio, como ya se dijo, don Juan Bonfiglio tenía cierta inclinación por los británicos, sentimiento que no compartía su mesera que para colmo, según Gillespie, era la hija y que se mostraba muy disgustada mientras hacía el servicio de las mesas. Advertido esto por Gillespie, intérprete mediante, la invitó a expresar libremente el motivo de su disgusto. Agradeciendo la muchacha esta posibilidad, se dirigió especialmente a sus compatriotas en un tono alto y firme para que la escucharan todos: “Desearía, caballeros, que nos hubiesen informado más pronto de sus cobardes intenciones de rendir Buenos Aires, pues apostaría mi vida que, de haberlo sabido, las mujeres nos habríamos levantado unánimemente y rechazado los ingleses a pedradas.”  De esta manera se enteraron los invasores que no todas las muchachas de Buenos Aires se rendían ante sus cabellos rubios y sus ojos azules; que debían desconfiar de las clases bajas y refugiarse en las familias de bien que los recibieron gustosas alojándolos con gran comodidad y sirviéndoles opíparos banquetes.

Beresford, jefe de la invaasión
            Veamos que cuenta Alexander al respecto: “Un día recibí una invitación para una comida de un capitán de ingenieros… Todos los que se sentaron a una mesa muy larga profusamente tendida, fueron tres, su esposa, el capitán y yo. No había sirvientes presentes, excepto cuando entraban o sacaban los servicios que consistieron en veinticuatro manjares: primero sopa y caldo, y sucesivamente patos, pavos y todas las cosas que se producían en el país, con una gran fuente de pescado al final… Los vinos de San Juan y Mendoza se hicieron circular libremente y mientras gozábamos de nuestros cigarros, la dueña de casa con otras dos damas, nos divirtieron con algunos lindos aires ingleses y españoles en la guitarra, acompañados por esas voces femeninas. Comimos a las dos y la compañía se deshizo para su siesta a las cuatro.”   Si todo el evento, incluidas las canciones, duró dos horas, los veinticuatro platos fueron engullidos en poco más de una hora. Esta gente tenía estómagos de acero.

            Más adelante hace una apreciación del comer de la ciudad, que seguramente también probaron los invasores: “Una serie de identidades predomina en la economía de sus mesas: chocolate y bollitos dulces son el almuerzo común en las clases superiores, sopa que tiene un almodrote[1] con pedacitos de puerco, carne, porotos y numerosas legumbres; u otra clase (de almodrote) con huevos, pan y espinaca con tiras de carne, es el primer plato; seguido por carne asada en tiras, y finalmente pescado nadando en aceite, perfumado con ajo…” Las damas empujaban todo eso con agua y los caballeros con vino blanco de San Juan o tinto de Mendoza. “…después fuman y se van a dormir siesta, despertándose a eso de las cinco para oler el aire no para hacer el ejercicio tan indispensable para la salud. Lo mismo se repite a las diez y el lecho vuelve a ser su refugio. Tal serie de concesiones produce corpulencia… con languidez intelectual… con el uso de yerba paraguaya, tienden a contrabalancear aquellos desórdenes…”  Sin duda, las familias que alojaron a los oficiales ingleses, vivían para comer. Eso sí, sin pan que era muy caro porque aquí no existía aún la agricultura y el trigo se importaba de Río Grande, Brasil.
 
Gauchos carneando de Palliere
            Pero no toda la población podía hartarse de esa manera: “No obstante la riqueza natural de América del Sur, hay pocas regiones donde se vea más mendicidad. La abundancia de alimento impide morirse de hambre, pero la pobreza de la clase baja aparece siempre en sus ropas y su inmundicia.”  Los pobres no podían acceder a una buena alimentación y aún la carne, que abundaba, por la manera de matar al animal y la forma de preparación para el consumo popular, la hacían difícilmente alimenticia. “… perseguido (por un jinete) a toda carrera hasta enlazarlo (al animal), otro cazador hace lo mismo, y ambos tirando en ángulos opuestos o lo voltean, o lo detienen, mientras un tercero desmontando, desjarreta[2] las dos patas traseras y luego lo degüella. En este estado febril era matado, desollado y después de sangrar imperfectamente, las mantas de carne eran arrancadas, puestas en un barril de salmuera durante veinticuatro horas, secadas al sol después desaguarlas y embalarlas para el uso o el comercio… la carne se endurece y a veces se pudre… en las Indias Occidentales[3] es pronto comprada para los negros, que generalmente tienen marcada predilección por el alimento muy salado y aún descompuesto.”  ¿Acaso se preocupaban por el paladar de los esclavos? 

El carnicero, litografía de Bacle.
            La observación de Gillespie nos permite tomar conocimiento de esta situación pero, seguramente lo mismo que sus compañeros, no probaron las carnes destinadas a los negros. Sin embargo, Víctor Ego Ducrot en su “Los sabores de la patria”, nos cuenta que Mariquita Sánchez de Thompson comentó en una de sus famosas tertulias, que los invasores británicos habían comenzado a pagar sus culpas comiendo lo malo que aquí se comía. Pero el ejército de ocupación se valía de la comida para engañar a los habitantes, especialmente a los enrolados en la resistencia, tratando de hacerles creer que sus tropas eran más numerosas de lo que realmente eran. Para ello exigían un número de raciones para los soldados[4] muy por encima de las necesidades verdaderas. Lo que no sabemos es que hacían con la comida que sobraba. Seguramente cada soldado comía por varios porque en otra parte del relato de Gillespie encontramos el siguiente comentario: “En el Cabo de Buena Esperanza[5] nuestros soldados estaban débiles; pero aquí, aunque expuestos a tareas muy penosas, y por la baratura de sus comidas, tenían un exceso de paga sobre sus necesidades reales… por lo que podían darse el gusto con el licor”  Es decir que estuvieron muy bien alimentados gratuitamente y podían emborracharse con el dinero que les sobraba, en algunas de las seiscientas pulperías que había en la ciudad.

            Como dijimos al principio, luego de la derrota, los británicos hicieron su cena de despedida en la fonda de Bonfiglio y se aprestaron a viajar hacia el interior del virreinato, destino que les asignaron los vencedores para evitar fugas o la posibilidades de reagruparse con otras fuerzas enemigas. Los dejamos acá para, en una próxima nota, enterarnos como se alimentaron en tierra adentro y que impresiones se llevaron de nuestros gauchos.
 
BIBLIOGRAFÍA
Gillespie, Alexander; Buenos Aires y el Interior; Hyspamérica, Buenos Aires, 1986.
Ducrot, Víctor Ego; Los sabores de la Patria; Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2010.
Rosa, José María; La historia de nuestro pueblo, Dos victorias sobre Inglaterra; Zupa Ediciones; Buenos Aires, 1988.
www.revisionistas.com.ar  -  Bodegones, fondines y fondas.

[1] Almodrote: mezcla confusa de varias cosas, un guiso digamos o algo parecido a un locro.
[2] Desjarretar: cortar los tendones de las patas traseras del animal, en este caso vacuno.
[3] Indias Occidentales: primer nombre dado al continente descubierto por Colón. En los inicios del siglo XIX, se llamaba así a la zona del Caribe.
[4] La ciudad debía proveer la alimentación de la tropa.
[5] El Cabo de Buena Esperanza, en el extremo sur de África, fue el destino  anterior de la fuerza británica antes de invadir Buenos Aires.

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