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miércoles, 25 de marzo de 2015

¿Que comían las familias patricias en la época de Rosas?



Por Jorge Surraco Ba
         
Juan Manuel de Rosas-Litografía
          Recorriendo viejos libros, fáciles de hallar, pero necesariamente a través de una lectura detenida y atenta, es posible conocer costumbres, gustos, aspectos de la vida cotidiana que la historia de los manuales no registra. En esta nota, por ejemplo, vamos a enterarnos cual era el plato preferido de Don Juan Manuel de Rosas; cómo se hacía helado en 1840; sobre ciertas aves que hoy no se nos ocurriría comer, pero que eran platos habituales en aquellos años o cuál era el gusto que tenían las empanadas ofrecidas por entonces en Buenos Aires.
         
          En esta oportunidad hemos recurrido a “Mis memorias” de Lucio V Mansilla[1], donde luego de describir la casa de sus padres, relata algunos aspectos de lo que se ponía en la mesa familiar para satisfacer los estómagos.

Lucio V Mansilla en su juventud
           Pero antes veamos un detalle respecto a la denominación que se usaba entonces respecto al acto de comer:
          La hora de almorzar llegaba. En la casa había campanillas de alambre. Sonaba la del comedor; una vez, a esta hora (la de almorzar); dos, con intervalos, a la de comer…”  Utiliza las palabras “almorzar” y “comer” para denominar distintas ingestas que parecen no coincidir con las usamos actualmente. Más adelante agrega: Se almorzaba a las ocho y media o nueve y se comía a las cuatro y media o cinco habitualmente.”

Puede decirse que llamaban almuerzo a lo que hoy denominamos desayuno y comida a una ingesta que cubría nuestro almuerzo y  cena, dado que se producía en un período intermedio. Al respecto puedo referir un recuerdo de mi adolescencia cuando pasaba los veranos en el campo con un tío, en Entre Ríos, donde se utilizaban esas antiguas denominaciones y horarios, en este caso justificado por la organización del trabajo que exigía la explotación ganadera. Nos levantábamos a las cinco de la mañana; se tomaba mate con alguna galleta y se salía a trabajar. Esto se parece al relato de Mansilla cuando dice que a los chicos los despertaban temprano con la llegada del lechero, se les daba un una taza de leche con espuma, sin pan y los mandaban a estudiar. Volviendo a mi recuerdo, alrededor de las ocho de la mañana se daba la voz de ir a “almorzar”. Nos dirigíamos a “las casas” y en la gran cocina llena de humo nos esperaban churrascos a la parrilla con galletas y mate cocido, que devorábamos con entusiasmo. Terminado este “almuerzo”, regresábamos a los potreros para trabajar con el ganado hasta las dos o tres de la tarde cuando se volvía para comer y sestear. 
 
Manuela de Rosas
Pero en la época de Rosas, ¿No se comía al mediodía? En tal sentido, Lucio Mansilla, informa): Entre una y otra colación había algún tentempié, y el mate, va sin decirlo. Había una razón principal para comer temprano, siendo la hora normal las cuatro; que la luz en las casas era poquísima…”  A partir de aquí se explaya en las distintas formas muy precarias de iluminarse que por ahora no importan para los fines de esta nota. Sí interesa, el contenido de la mesa del “almuerzo” matutino: Las viandas eran pocas, pero asaz (bastante)variadas: puchero, de carne o de gallina, con zapallo, arroz y acelgas, siempre, y algunas veces con papas y choclos (coles, ¡ni el olor!), fariña[2] o quibebe[3] de ordenanza (obligatoriamente), y pasteles, de los que vendían las negras o negros pasteleros yendo de casa en casa de los marchantes[4]  con el tablero cubierto con una bayeta[5] entre un pedazo de género de algodón, nada albo (blanco), para conservar el calor de la factura. Pero sabían bien. Empanadas rara vez. Eran muy pesadas.”  Parece que las empanadas porteñas eran incomibles. Mansilla nos dice que no eran una especialidad de la región litoral y hace el elogio de las producidas en varias provincias del interior, especialmente del noroeste. 
 
Pero falta algo más para la hora de almorzar: Cuando no había puchero, había bistec, carne frita en grasa con un poco de tomate y de cebolla. Y cuando no había bistec, había huevos revueltos y carne fiambre o chatasca[6], y de cuando en cuando jamón, y generalmente alguna fruta de la estación y queso criollo. Café con leche para los grandes, té con ídem para los chicos, con poco pan y manteca, y mazamorra[7].”

          Con todo ese menú ingerido a las ocho y media de la mañana, es probable que por muchas horas el apetito no aparecía hasta la hora de “comer”: La comida comenzaba con sopa (solía haber entremés de aceitunas, sardinas y salchichón) de pan tostado o no, (la sopa) o de fideos, o de arroz a la valenciana. Pescado (al que mi padre era aficionado como yo ahora), casi siempre… Si no había pescado fresco, había bacalao. Seguía el asado, de vaca o de cordero y la ensalada de lechuga o de escarola o de papas o de pepinos… guiso de garbanzos o de porotos, y con más frecuencia de lentejas, muy alimenticias, decían, con huevos escalfados[8] a veces, o albóndigas o locro o sesos, o molleja, asada o guisada (el plato predilecto de mi tío Juan Manuel –se refiere a Don Juan Manuel de Rosas), patitas de cordero o de chancho o mondongo o humita o pastel de choclo…”
“El postre eran fritos de papas con huevo y harina, polvoreados con azúcar molida, o tortilla ídem con acelgas… o dulces diversos que se compraban en las casas especialistas del barrio… Como a la hora del almuerzo, había fruta, café nunca ni (tampoco) té.”  Recordemos que estas infusiones eran consumidas en el “almuerzo”.

Tapa de un libro de Mansilla
Más adelante, Mansilla hace una enumeración de las carnes de distinto origen animal, que podían consumirse, alternativamente, por supuesto: carne de vaca, de chancho, de carnero, lechones, conejos, mulitas y peludos; carne con cuero y matambre arrollado; gallinas y pollos, patos caseros y silvestres, gansos, gallinetas y pavas, perdices, chorlitos y becasinas[9], pichones de lechuza y de loro (bocado de cardenal)…” Interesante el comentario sobre los pichones de loro.

En cuanto a los huevos: …(de gallina, naturalmente) y los finísimos de perdiz y teruteru…”

También se refiere a los pescados: desde el pacú, que ya no se ve, hasta el pejerrey, y del sábalo no hay que hablar…”

Legumbres: porotos, habas, maní, fariña, fideos, sémola, arvejas, chauchas, garbanzos, lentejas…”

Verduras: espinacas, coles, nabos, zanahorias papas, zapallos, berenjenas, alcauciles, pepinos, tomates cebollas, pimientos, lechugas varias (zapallitos tiernos para el carnaval gritaban los vendedores)…”

Quesos: quesillos y quesos, siendo los más reputados los de Goya y Tafí, y los de Holanda, genuinos entonces…”

Frutas: …de no pocas clases: higos, uvas, guindas, frutillas, damascos, peras, pelones, melones, sandías, ciruelas, nísperos, naranjas, bananas (escasas)…”

¿También helados? Cuando caía granizo en abundancia, se recogía una buena cantidad y se hacían helados de leche y huevo con canela o con vainilla.”  Menciona al pasar un cilindro donde por turnos cada uno movía, para lograr la crema. Eran en realidad dos cilindros uno más grande y otro más chico dentro, alrededor del cual se colocaba el granizo para el enfriamiento. Claro que no había forma de conservarlo por lo cual su consumo era inmediato.

Por supuesto que a todo esto hay que agregar las conservas de todo tipo que mi generación conoció muy bien en nuestra infancia y también las llamadas frutas secas: “…pasas, los orejones, las nueces, las avellanas, y la pastelería de choclo y harina y los dulces…”  Como puede apreciarse, nuestros antepasados pudientes no se privaban de nada. El mismo Masilla, lo reconoce: nuestros abuelos, siendo frugales (¿?), comían bien y de lo aconsejado por la moderna higiene.”  
Hace luego un comentario que posiblemente conteste rumores que hablaban mal de la época de Rosas respecto a la alimentación: “Hay gente que cree que, en la época de que hablamos, no se comía bien. Es preciso que salgan de su error. Se comía moderadamente. Los tiempos eran duros. (Pero) Mal no.”   Habría que conocer cual era su concepto de lo moderado.

Soldado federal
          También se refiere al consumo de vino: se tomaba muy poco en la mesa de mis padres. Mi madre jamás en su vida lo bebió, le repugnaba. Mi padre, aunque muy fuerte (tanto, que nunca se había embriagado) tomaba muy poco. El vino que de diario se tomaba, se compraba mandando el botellón, en la esquina de San Pío si era carlón[10], y en el almacén del jorobado si era priorato[11]; lo cual no quiere decir que no hubiera vinos embotellados en casa. Sí, los había.”
Y una curiosa forma de conservarlo: Algunos estaban enterrados (es muy bueno) en el último patio, que, al efecto, tenía un espacio sin enladrillar…”

Hoy es posible averiguar que comían en el pasado las familias distinguidas o “paquetas”, porque de ese sector social no es extraño encontrar documentos (memorias, cartas y otros tipos de material escrito). No pasa lo mismo con las clases populares, por lo general iletradas y no consideradas sujetos de la historia, más allá de su participación como carne de cañón en las diferentes guerras o ser la “chusma” presentada como telón de fondo de las hazañas de la clase “superior”. No obstante de algún párrafo perdido de los documentos mencionados, puede inferirse lo relacionado con la vida cotidiana de los pueblos. Pero esto lo dejamos para otra oportunidad.

FUENTES

Mansilla, Lucio V.Mis Memorias, infancia y adolescencia, París 1904, Versión digital de Librodot: http://www.librodot.com

Mansilla, Lucio V.La mesa de mis padres, Capítulo de Mis Memorias, reproducido por Busaniche, José Luis en Estampas del Pasado, tomo 2, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986.



[1] Lucio Victorio Mansilla (1831-1913) fue un militar argentino, también periodista, escritor, político y diplomático, autor, entre otros, del libro Una excursión a los indios ranqueles, fruto de una recorrida que emprendió en 1870 por los toldos de estos pueblos originarios de América. Fue hijo del general del mismo nombre, héroe del Combate de La Vuelta de Obligado contra la flota anglo francesa que invadía el Río Paraná y de Agustina Rosas, hermana de Don Juan Manuel de Rosas.

[2] Fariña: En Argentina, Colombia, Paraguay, Perú y Uruguay, es una harina gruesa de mandioca. Se la suele preparar de muchas maneras, siempre con cebollas y caldo de verduras. Tiene la textura de un puré.

[3] Quibebe o Kibebe: es un plato de origen guaraní, con una textura de punto medio entre una sopa y un puré, muy consumido en el norte de Argentina y en el Paraguay, muy sencillo y sabroso, a base de zapallo y queso. Se puede servir como primer plato o como guarnición.

[4] Marchante: americanismo que en aquellos años significaba parroquiano de un comercio, lo que hoy llamamos cliente.

[5] Bayeta: tela de lana floja y poco tupida.
[6] Chatasca o charquicán: guiso hecho con charqui, ají, papas y otras legumbres.

[7] Mazamorra: comida a base de maíz blanco pisado (quebrado) remojado y hervido en agua o leche con algo de  miel y una rama de canela.  Originalmente, se agregaba la leche fría y la miel al maíz cuando se terminaba de hervir, siendo ésta una manera de bajarle la temperatura del hervor.
[8] Huevos escalfados: cocidos en agua hirviendo sin la cáscara.

[9] Becasina común: Ave que también se la conoce como agachadiza suramericana, becasina o aguatero; mide entre 27 y 29 cm de longitud y pesa 110 a 115 gramos.

[10] Carlón: Vino proveniente de la región de Benicarló, de la provincia de Castellón, España. Era el vino que más se tomaba en Buenos Aires en el siglo XIX. Hizo furor entre los patriotas de 1810. Se dice que el vino original de España se consumió hasta principios del siglo XX en la Argentina, época en que una peste hace desaparecer esas viñas. Inmigrantes de esa región logran producirlo en la provincia de Buenos Aires. Existe un tango que muchos recordarán en la voz de Edmundo Rivero,”Pucherito de Gallina”: Cabaret..."Tropezón"..., era la eterna rutina."Pucherito de gallina", con viejo vino "Carlón"

[11] Priorato: vino tinto del Priorato, comarca de Tarragona, Cataluña, España. 


lunes, 25 de agosto de 2014

El Puchero




Revisando nuestro archivo de notas y revistas, encontramos el N° 12 de la revista “Selecciones Folklóricas” del año 1966, publicado por la Editorial Codex, donde pudimos leer la nota sobre “El Puchero” de Juan Carlos Merlo, que ahora compartimos.




  HISTORIA ANECDÓTICA DE PALABRAS CRIOLLAS
Por Juan Carlos Merlo

Dejando para otras especialidades y circunstancias el enfoque lingüístico, aquí nos complacemos en recoger el fruto de esos estudios, pero sazonado como para que cualquier paladar lo saboree, sin especial preparación.
Tras la apariencia ligera y anecdótica acaso se descubra cuánto enseñan las palabras con las vicisitudes de su propia vida. No es ocioso descubrir, tras nuestros muy criollos términos de todos los días, resonancias que nos llegan del corazón de la América prehispánica o de períodos áureos de la cultura europea.

En el fluir constante de su habla el pueblo configura a cada paso nuevos significados para viejas palabras. Del rico léxico que emplea el pueblo para expresarse, son muy pocas las palabras que han sido creadas espontáneamente. La gran mayoría de voces en uso son el fruto de un proceso constante de recreación por el cual viejas palabras van amoldándose a nuevos usos. Y en esta recreación muchas formas e ideas se repiten y muchos cambios de sentido aparecen reiterados una y otra vez en diferentes palabras.
Veamos un caso que se repite a menudo: es muy común usar la palabra que designa un recipiente para señalar el contenido de éste.
"Sírvase una copa" equivale a decir "sírvame vino u otra bebida en esa copa". "Olla" se dice desde muy antiguo en España tanto para nombrar la conocida vasija como la comida que en ella se prepara y que, en todos los países hispanohablantes, se llama también "puchero".

Con esta última palabra ocurrió un fenómeno similar. Puchero es la forma castellana equivalente del latín pultarius y ya había testimonio de su uso actual en el siglo XII.
Pero pultarius para los romanos era sólo el nombre de la vasija que usaban para cocer el puls, una antigua comida que preparaban con harina, agua y sal y que probablemente fuera similar a las gachas o puches de los españoles. En el uso castellano, la palabra pasó a designar tanto la vasija como una nueva comida que en ella se cocía. Todavía en un pasaje de Blasco Ibáñez se usa "puchero" con el sentido de "vasija"

 "... Una fila de pucheros desportillados pintados de azul servían de macetas sobre el banco de rojos ladrillos... "
Ya en la mayor parte de América se ha perdido este viejo significado y con esta palabra se designa sólo el plato, tan lejano por cierto de aquel magro puls que comían los romanos primitivos, aunque también en parte diferente del que preparan los españoles.


En efecto, en nuestras pampas cambiaron los ingredientes del típico puchero español. La carne de cerdo y especialmente los garbanzos eran indispensables en el plato peninsular, como se deduce de este pasaje de Lope de Vega:
"quedaríase mi puchero para la noche, que en verdad que no le había echado garbanzos, por ir de presto a misa... "
En cambio, en el puchero criollo se incorporó el choclo, la mazorca tierna del maíz que ya era apreciado alimento de los aborígenes de la parte sur del continente. El choclo tomó aquí su nombre de la palabra quechua "choccllo" en la que se modificó levemente la pronunciación, y se incorporó a la alimentación como ingrediente de varios platos criollos de clara ascendencia indígena, pero también del puchero que tenía ya su nueva ciudadanía.
 
Plato básico en la mesa de las familias pobres, no siempre podía tener los ingredientes que lo hacían más suculento y apetitoso; entonces pasaba a ser el "pucherete", forma despectiva y hasta burlona que se usa para designar el puchero escaso y pobre. Lucio V. Mansilla recuerda en Una excursión a !os indios ranqueles un almuerzo con charqui asado y puchero con choclos:
"...se eligieron los pedazos de charqui más gordos, se hizo un gran fogón, colocando en él una olla para cocinar un pucherete y cocer el resto de choclos que quedaba", (cap. XIX).

De esta palabra se han mantenido vivas algunas formas figuradas. Con su antiguo valor de "alimento o sustento diario" se usa en frases como "ganarse el puchero" que equivale a "trabajar para vivir", "ganarse el pan" o como dicen los españoles "empinar el puchero". Es que, tanto en España como en América, el pan y el puchero han sido el símbolo de todo alimento, de lo que es más indispensable para vivir, como en la vieja metáfora bíblica. Sobre este significado se ha formado "pucherear" que vale tanto como "trabajar o ganar apenas para vivir, apenas para comer un puchero".


Por último tiene plena vigencia entre el pueblo el antiguo giro "hacer pucheros" que con el significado de "hacer gestos que preceden al llanto" se lee en este pasaje del Quijote:
". . .el cual Sancho, hallando a la ama y a la sobrina llorosas, comenzó a hacer pucheros y a derramar lágrimas".

Como se ve, pasados más de veinte siglos, una palabra tan estrechamente unida a las costumbres de pueblos tan lejanos ha podido mantener su sentido casi inalterado.
Un recipiente dio su nombre a uno de los alimentos típicos y tradicionales de los pueblos hispánicos. 


lunes, 17 de febrero de 2014

De la caldera a la pava eléctrica pasando por el termo 2



Segunda nota
Las observaciones de los viajeros del siglo XIX (1)
 Por Jorge Surraco Ba

En esta segunda nota sobre el mate, tan venerado y consumido por uruguayos y argentinos, plantearemos y trataremos de demostrar que no es algo, como se piensa, exclusivo del ámbito rioplatense con algo de proyección hacia el resto de Argentina. Para ello vamos a indagar en las observaciones de algunos viajeros extranjeros que nos visitaron en el siglo XIX, presentándolos en el orden de las fechas en que anduvieron por estos pagos. Esta búsqueda nos permitirá encontrar las raíces históricas de esta costumbre y proyectarla a la actualidad.
 
            Comenzaremos por Julien Mellet[1] (1808) que luego de su viaje por Paraguay y relatando los distintos productos de esa zona, se detiene especialmente en la descripción de la yerba y el uso del mate: “…creo útil hacer aquí la descripción de la yerba mate del Paraguay, tan renombrada en la América Meridional y enseñar su preparación y su uso.
         Se comienza por colocarla en un calabazo chico, llamado mate, preparado en forma de copa pequeña. Se pone como en el té, suficiente cantidad de azúcar y se vierte enseguida agua hirviendo, que se bebe pronto sin dejarla que tenga mucha infusión, pues de otro modo se pone negra como la tinta.” 

Llamamos la atención sobre el tema del azúcar y del agua hirviendo, práctica muy en boga en esos años y hoy considerado como una mala práctica. Ya marcamos esta particularidad en la nota anterior sobre este tema y en este mismo blog a la cual nos remitimos[2]. Sigamos el relato de Mellet: “Para evitar que la yerba que sobrenada se trague, se emplea un cañuto de plata que se llama bombilla, la cual en una extremidad tiene una bola cubierta de muchos pequeños agujeros, que dejan salir enteramente la bebida. Todo el mundo toma el mate en rueda con el mismo cañuto; y a medida que se bebe, se vuelve a poner en el mismo mate y la misma yerba, más agua caliente.”

         La bombilla, la costumbre de pasarla de boca en boca y la de seguir agregando agua a la misma yerba, son detalles que siguen llamando la atención a quienes nos ven por primera vez tomar mate a los argentinos y uruguayos, aspectos que, a los que prácticamente hemos nacido tomando mate, nos parece lo más natural del mundo. Continuemos con las palabras del comerciante francés: “…Tal es el modo usado en el Paraguay. La diferencia que hay es que los ricos gastan mates de plata u oro macizo y los que los pobres usan, solo están adornados con plata.” Estas piezas históricas pueden observarse en nuestros museos, no obstante resulta curioso que los pobres de entonces usasen mates adornados con plata, aunque no se debe olvidar que la platería fue una artesanía practicada por los pueblos aborígenes del sur argentino.

            Mellet hace una apreciación favorable al mate por encima del té: “…Esta bebida de olor muy agradable es, a mi modo de pensar, mejor que el té. Las gentes del país están de tal modo habituadas a ella que los más pobres la toman tres o cuatro veces al día, especialmente en ayunas.” Compartimos la opinión de Julien respecto a la superioridad del mate sobre el té, aunque la misma podría estar influenciada por el hecho de que él es francés y el comercio del té es un negocio monopolizado en ese tiempo por los ingleses en Europa, con quien Francia esta enfrentada en 1808 y probablemente, quisiera introducir una competencia a la bebida proveniente entonces de China, India y especialmente de Ceylán, la actual República Socialista de Sri Lanka y que en 1802 se había convertido en la primera colonia de dominio inglés. No hay que olvidar que Mellet es un comerciante y que sus escritos, como los de los muchos viajeros que nos visitaron en esa época, tenían diversidad de fines como pueden ser la información para inversionistas; espionaje militar o satisfacer la curiosidad del público decimonónico por regiones exóticas.
 
            Es interesante la observación que hace respecto al comercio de la yerba mate en esos años: “…Además del gran comercio que hacen con esta bebida en países lejanos, el que mantienen con las ciudades de La Paz, Cuzco, el Alto Perú, Chuquisaca, Mendoza, Salta, Tucumán, Córdoba, San Juan, San Juan de la Frontera, etc., es mucho más importante. Todos los años se enviaban al reino de Chile, 21.800 quintales[3] para el consumo del país.”  Más de un millón de kilogramos de yerba mate por año enviados a Chile, nos parece un consumo muy importante para la época teniendo en cuenta el desarrollo poblacional de entonces. Santiago de Chile tenía por esa época (1808), 35.000 habitantes según Mallet (otros dicen 100.000 y 700.000 en todo Chile) y Buenos Aires con alrededor de 40.000, con una cantidad algo menor a Chile en todo el actual territorio de la Argentina. La gran difusión contemporánea del mate en todo Chile, tiene prolongadas raíces históricas, aunque durante un tiempo se haya recluido en la Patagonia chilena, lo mismo que en Bolivia y Perú, aunque hoy en estos países no alcance niveles importantes.

            La costumbre de tomar mate, no es como se piensa en general, una exclusividad de argentinos y uruguayos, mal que le pese al orgullo rioplatense, sino que es algo extendido históricamente a todo el Conosur, donde hay que incluir también a gran parte de Brasil, especialmente en su zona sur. Tampoco hay que olvidar a Paraguay que no es sólo productor, sino también gran consumidor. En Chile, donde ya se anda por la calle con mates y termos, aseguran tener la ciudad con mayor consumo de yerba mate del mundo per cápita: Coyhaique, en el sur transandino, región desde donde se ha proyectado a la zona metropolitana, donde también la han llevado jóvenes que han vuelto de Argentina. Estos países en su conjunto suman más del 95% del consumo mundial de yerba mate[4].

            Próximamente, continuaremos con otro viajero del siglo XIX y sus observaciones sobre la costumbre sudamericana de tomar mate.

BIBLIOGRAFÍA          
Mallet, Julien: Viajes por el interior de América Meridional; Hyspamérica, Buenos Aires, Argentina, 1988.

[1] Julien Mellet, comerciante francés que recorrió el continente centro y sudamamericano durante 12 años, desde 1808 hasta 1820. Su libro “Viaje por el interior de América Meridional”, se publicó por primera vez en París en 1821.
[3] El quintal es una medida de peso, equivalente a 46 kgs.; cien libras, o cuatro arrobas. En este caso Mellet nos informa que hacia 1808, Chile consumía 1.002.800 Kg de yerba mate por año.
[4] Instituto Nacional de la Yerba Mate.

jueves, 1 de agosto de 2013

Banquetes Sanmartinianos



La alimentación del General San Martín durante la campaña libertadora.

Por Jorge Surraco Ba


Plaza San Martín de Gualeguay
 Cuando vivía en Gualeguay, nuestra casa estaba ubicada cerca de la Plaza San Martín. Cuando pasaba caminando, me quedaba mirando la estatua del prócer allí instalada. Siendo muy chico, me habían convencido que todas las mañanas, muy temprano, bajaban al caballo para que hiciera sus necesidades. ¿Y San Martín? Preguntaba yo. No había respuesta a mi interrogante. Siempre me preocupó que los próceres que nos enseñaban en la escuela fueran tan perfectos, inmaculados, sin rasgos, costumbres o necesidades que los acercaran a nosotros, pobres seres humanos. Con el tiempo y mis lecturas cuidadosas de libros por todos conocidos, fui descubriendo que la imagen que nos daba el colegio de los próceres era falsa, pero que las debilidades, dudas, urgencias materiales y espirituales que tenían, engrandecían la obra que habían hecho y lo más importante, los ponían cerca de nosotros, en veredas próximas de la vida, sin desconocer la grandiosidad de sus personas.

            Hoy se conoce, se podría pensar de manera masiva (la televisión lo ha tratado[1]), que San Martín era una persona que padeció muchas enfermedades. Bartolomé Mitre, uno de sus más importantes biógrafos, deja constancia que a los 37 años era un “valetudinario”, es decir, un enfermizo. Entre las enfermedades que padeció, nos interesa en función de la temática de este blog que se ocupa del comer; destacar su gastropatía, sin entrar en detalles dado que no es la finalidad de esta nota, tratar las enfermedades del Libertador.
 
Litografía de Gericault - 1819
            De la Biografía de Mitre[2], podemos entresacar: “Llevaba una vida más que modesta, austera.” “Era un madrugador y se desayunaba ligeramente.” “En su mesa era muy parco y sobrio…” “…su bebida habitual era el café…”  Pero no es solamente Mitre quién habla de esta preferencia. Manuel de Olazábal, uno de sus oficiales destacados, relata en sus memorias el siguiente episodio de 1823 cuando San Martín, enfermo y decepcionado, regresando del Perú y Chile, se encuentran en la cumbre de la cordillera: “…invitado a descansar y a tomar un poco de té o café, aceptó, y ayudándolo a bajar de la mula, se sentó sobre una montura… Inter se cebaba un mate de café que prefirió... y dijo:
            -¡Qué Diablos!, me ha fatigado esta subida…
         Después que tomó el café con un biscochuelo, mirándolo exclamó:
         -¡Tiempo hace hijo, que mi boca no saborea un manjar tan exquisito!...[3]
Seguramente un gastroenterólogo actual hubiese censurado esta adición al café. No lo decimos por conocimientos médicos, sino por experiencia personal.

            Para seguir conociendo sus costumbres gastronómicas, recorreremos los testimonios de viajeros y agentes extranjeros que lo conocieron y frecuentaron, especialmente durante su campaña libertadora.


            Jean Adam Graaner, un viajero sueco dice sobre las costumbres de San Martín: “No aprecia las delicias de una buena mesa y otras comodidades de la vida, pero por otro lado, le gusta una copa de buen vino.” [4] Sobre este dato volveremos más adelante porque es una de las cosas que sus detractores difundieron: ser afecto a las bebidas alcohólicas. Precisamente en este sentido W. G. D. Worthington, un agente norteamericano, expresa: “Es… sobrio en el comer y el beber; quizá esto último lo considere necesario para conservar su salud, especialmente la sobriedad en el beber.”  Y más adelante en su relato, cuando lo visita luego de la batalla de Maipú, agrega: “Yo llegué al campo mientras el Director, el general San Martín y oficiales estaban en un almuerzo campestre… Entré poco después y los encontré comiendo, sin platos, y casi todos con una pierna de pavita en una mano y con un trozo de pan en la otra… San Martín, levantándose, me ofreció un trozo de pan y otro de pavita… Brindé con el Director, bebiendo hasta la última gota de un vaso de vino Carlón, a la usanza soldadesca.”[5]

            El coronel Manuel Alejandro Pueyrredón, del Ejército de los Andes, escribió una semblanza de San Martín donde habla de sus gustos gastronómicos y de sus conocimientos respecto a los vinos.
 
            En su sistema alimenticio, dice Pueyrredón, era parco al extremo, aunque su casa y su mesa estuviesen montados, como lo estaban, a la altura correspondiente a su rango. Siempre asistía a la mesa, pero a presidirla de ceremonia o de tertulia. El comía solo en su cuarto y a las doce del día, un puchero sencillo, un asado, con vino de Burdeos y un poco de dulce. Se le servía en una pequeña mesa, se sentaba en una silla baja y no usaba sino un solo cubierto; y concluida su frugal comida se recostaba en su cama y dormía un par de horas.”  A este menú solía sumarse el café, al que era muy afecto, pero que tomaba con bombilla en compañía de alguno de sus oficiales.
         “Era gran conocedor de vinos –continúa Pueyrredón – y se complacía en hacer comparaciones entre los diferentes vinos de Europa, pero particularmente de los de España, que nombraba uno por uno describiendo sus diferencias, los lugares en que se producían y la calidad de terrenos en que se cultivaban las viñas.”[6]

            Pero también, el Libertador elogiaba los vinos mendocinos y sanjuaninos, ponderándolos entre los mejores que él conocía. Manuel de Olazábal cuenta que en cierta oportunidad, San Martín hizo poner vino de Málaga en botellas de Mendoza y viceversa; cuando llegaron los comensales, les sirvió de ambos vinos y les pidió sus opiniones. Todos coincidieron en qué el vino que decía “Mendoza” era bueno pero hasta por ahí nomás; en cambio elogiaron entusiastamente el que decía “Málaga”. Cuando el Libertador les explicó su triquiñuela debieron aceptar la razón que lo asistía para defender el vino cuyano.[7]


            El humor y estas pequeñas trampas que hacía ligadas a los almuerzos, eran otro aspecto de su personalidad. “Antonio Arcos, que fue jefe de ingenieros en el Ejército de los Andes, se jactaba de trinchar aves como nadie. Cierto día, San Martín decidió jugarle una broma y le hizo traer un pato no suficientemente cocinado. Además le dio una cuchilla casi sin filo. Y lo azuzó:
         -¡Vamos, señor Arcos, veamos cómo nos trincha usted ese pato!
         Mientras Arcos transpiraba tratando de demostrar su arte, San Martín y los oficiales que le acompañaban –y que estaban en el asunto- bromeaban a costas del improvisado cocinero. Hasta que una carcajada general hizo caer a Arcos de qué se trataba.”[8]

            Pero el Gran Capitán era también creador de recetas de cocina. De esto nos enteramos por el libro COCINA ECLÉTICA de Juana Manuela Gorriti, libro confeccionado, según la misma autora expresa con recetas enviadas por sus amigas de Argentina, Bolivia y Perú, lugares todos donde vivió. En la página 52 de la edición que disponemos (aparentemente facsimilar de otra anterior aunque no lo referencia), incluye un “Dorado á la San Martín”  firmado por Deidamia Sierra de Torrens de la ciudad de Metán y dice así, literalmente:
             Diz que allá, cuando este héroe, en su gloriosa odisea, cabalgaba por los pagos vecinos al Pasage, un día, al salir de Metan, pronto á partir, y ya con el pié en el estribo, rehusaba el almuerzo que, servido, le presentaban, llegó un pescador trayéndole el obsequio de un hermoso dorado; tan hermoso, que el adusto guerrero le dio una sonrisa.
         Alentados con ella sus huéspedes:
         -Ah! Señor! –exclamaban, alternativamente.
         -Siquiera estos huevos.
         -Siquiera esta carne fria en picadillo!
         -Siquiera estas aceitunas!
         -Siquiera estas nueces!
         San Martín se volvió hacia sus dos asistentes:
         -Al vientre del pescado –dijo- todas esas excelentes cosas, y en marcha! –dijo, y partió á galope.
         Escamado, abierto, vacio y limpio en un amen el hermoso dorado, fué relleno con el picadillo, los huevos duros en rebanadas, las aceitunas y las nueces, peladas y molidas. Cerrado el vientre con una costura, envuelto en un blanquísimo mantel, fué entregado á los dos asistentes, que á carrera tendida partieron, y adelantando al general, llegaron á la siguiente etapa, donde el famoso dorado fué puesto al horno, y asado, y calientito lo aguardaban para serle servida en la comida. En su sobriedad, San Martín quiso que ésta se limitara al pescado y su relleno.”  (Se ha respetado la ortografía original del texto)[9].
         Verdad o fantasía creadora, la anécdota es coincidente con la personalidad gastronómica del Libertador de medio continente sudamericano.


[1] Historia Clínica, Cap 9. Miniserie de TV transmitida por Telefé dirigida por Sebastián Ortega.
[2] Mitre, Bartolomé; Historia de San Martín y la Emancipación Americana. (Referenciado por Oriol I Anguera)
[3] De Olazábal, Manuel; Memoria y Episodios de la Guerra de la Independencia; Gualeguaychú, 1864. Referenciado por José Luis Busaniche.
[4] Graaner, Jena Adam; Las Provincias del Río de la Plata en 1816;( transcripto por José Luis Busaniche en Estampas del pasado, parte 1; Hyspamérica; Buenos Aires 1986).
[5] Transcripto por Busaniche, José Luis; San Martín visto por sus contemporáneos, Buenos Aires, 1942. (Incluido en Estampas del pasado, tomo 1)
[6] Diario La Prensa, febrero de 1978, en el bicentenario del nacimiento del prócer.
[7] Diario La Razón, febrero de 1978, suplemento por el bicentenario del nacimiento de prócer.
[8] Idem referencia 7.
[9] Gorriti, Juana Manuela; Cocina Ecléctica; Librería Sarmiento S.R.L., Buenos Aires, 1977.


BIBLIOGRAFÍA
Oriol I Anguera, A. –Agonía interior del muy Egregio Señor José de San Martín y Matorras- Librería del Colegio, Buenos Aires, 1954.
Gorriti, Juana Manuela –Cocina Ecléctica- Librería Sarmiento S.R.L., Buenos Aires, 1977.
Busaniche, José Luis –Estampas del pasado, tomo 1- Hyspamérica, Buenos Aires, 1986.
Diarios La Prensa y La Razón de Buenos Aires, Febrero de 1978.